(El Gondolín es un emblema del movimiento LGBT. Imagen: Trans Socialmedia)
El Hotel Gondolín está en Aráoz al 900, en Villa Crespo, un barrio porteño pegado a Palermo que comienza cuando el paisaje moderno y cosmopolita se funde con una zona de edificios bajos, calles tranquilas y vida familiar. Allí sobresale la fachada de azul furioso que en tres pisos contiene 23 habitaciones ocupadas por chicas trans. La mayoría, de Salta.
La puerta de la entrada, blanca y sin timbre, conduce al pequeño patio interno a través de un pasillo angosto y oscuro. Lo primero que aparece es la habitación de Marisa, “La Abuela”, la más veterana del hotel. Al lado duerme Zoe, una salteña que vive en el Gondolín hace 17 años y convive con Messi, un silencioso yorkshire. Las dos, junto a Solange, una exvecina de Santa Ana I, son las referentes de este lugar emblemático para el movimiento LGBT. Un grupo autogestionado que vive en comunidad y trabaja para que sus habitantes consigan libertad, respeto y progreso. Algo que todas anhelan al dejar sus hogares.
“El Gondolín es un lugar en donde recibimos chicas trans que vienen directamente del norte, que se vienen porque son perseguidas por la Policía o no son aceptadas por su familia. Funciona como un albergue, un lugar de contención”, explica Zoe. Describe al hotel como un espacio “para darle oportunidad a otras chicas, a nuevas compañeras”. Cuenta que todas “llegan sin nada”: “Las recibimos más allá de que no haiga lugar. No les podemos decir andate. Se vienen a dedo, porque una amiga les prestó para el pasaje o porque lo consiguieron ellas. Se van pasando (la información) boca a boca”.
Desde 2013, el Gondolín está gestionado por el grupo actual. “No cobramos alquiler, dividimos los gastos entre todas las compañeras. Si se rompe algo se divide entre todas”, dice Zoe, que cuando tenía catorce años intentó dejar la ciudad de Salta a dedo, pero fracasó. Se pudo instalar en Buenos Aires en 1994. Hoy, a los cuarenta años, recuerda cuando las trans ocuparon el edificio a fines de los noventa. “Este lugar tuvo muchas gestiones, mucha gente que lo manejó con otras reglas distintas a las de ahora. Hoy mejoró bastante. Antes las chicas sufrían mucho miedo, eran perseguidas en este lugar. Ahora se pueden abrir mas, tienen mas confianza”, explica, y señala a Saida, otra salteña, experta en baile árabe, que se alejó de nuestra provincia en 2014 y desde entonces volvió varias veces al hotel: “Ella ya se armó, pero está acá porque le gusta. Se fue y volvió”.
“Me vine obviamente mintiendo, diciendo que una amiga me había conseguido un trabajo decente”, dice Saida, de 28 años, entre risas. “Llegué acá por medio de otras chicas. Un día vi en el Face que ellas habían cambiado, se habían operado, y yo no. Y yo quería ser como ellas”, cuenta.