lunes, 20 de junio de 2016

Autogestión o muerte

(Foto: El Tribuno)

Una persona de ojos claros en el 2B que va a Floresta es un error en la matrix. Ahí adentro viajan chicos vestidos con falsas Adidas y chombas truchas simil Gigoló. Suben nenas hermosas con rostros de futuras vendedoras de empanadas. Es la gente que el gobierno siempre utiliza a la hora de conmover en sus propagandas. Son pasajeros acordes al recorrido que les toca. Un viaje que presenta al cementerio, el penal, Pecas y el Ragone como los principales atractivos.

El Parque industrial es el último eslabón de ese rosario de lugares horribles que se supone que están ahí para no molestar a las clases altas, que viven en zonas más prósperas.

Sin embargo, caminar por Floresta tiene mucho de andar por Tres Cerritos o la zona del Monumento a Güemes. La geografía es parecida: calles empinadas, una subida que quita el aire y una hermosa vista panorámica que devuelve el oxígeno.

Las diferencias son el ripio repleto de pozos, destrozado por las lluvias; caminos angostos e irregulares armados con piedras, yuyos, caños al aire y ni un auto que se les anime. También hay un tanque de agua para abastecer a algunos vecinos.

Hay distintas versiones. Mientras unas personas aseguran que Aguas del Norte colocó el tanque hace tres años, otros dicen que fue hace más tiempo, como cinco años. El barrio tiene cuarenta.

Aún más arriba viven unas cincuenta familias que forman algo así como un pueblo aparte sin intendente. Una comuna autogestiva que deja a los hippies con Osde del Mercado Vaquereño como Donald Trump comiendo en McDonald’s.

En la zona conocida como Floresta Alto, los vecinos aseguran que la municipalidad y el gobierno de la provincia nunca hicieron algo por ellos. Todo lo que tienen, cuentan, lo consiguieron por sus propios medios. Poniendo un billete encima del otro. Por ejemplo, juntaron veinticinco mil pesos para colocar un alumbrado público digno y para tener luz en cada vivienda. También contrataron un camión para enripiar y abrir los caminos, que en verano se desarman por las lluvias.

Mientras sube el camino junto a una nena vestida de guardapolvo blanco, una mujer explica que no vive allí, que está llegando a la casa de su hija, muerta hace cinco días. Más tarde, otros vecinos relatan que los familiares de la fallecida debieron bajar el cajón caminando dos cuadras, hasta donde pasa la mayoría de los vehículos. Acá arriba, casi nadie se anima.

No suben los remises, el colectivo circula bien abajo, a cinco cuadras. Las ambulancias a veces se las rebuscan. El aguatero va solamente cuando el camino está en condiciones y por eso en verano se lo ve poco por la zona. El sodero, en cambio, se la banca.

La falta del aguatero y la histórica carencia de servicio en esta zona de Floresta provoca que en plena capital de la provincia, a diez minutos de la plaza 9 de Julio, existan familias enteras que bajan del cerro con bidones en la mano para cargar todo lo que pueden desde una manguera comunitaria conectada al tanque que Aguas del Norte colocó hace tres o cinco años.

Los vecinos cuentan que presentaron notas en la municipalidad, en Aguas del Norte y en Edesa para solucionar sus problemas. Aseguran que nunca obtuvieron respuesta.

“Cuando necesitan, vienen”, dice otra vecina, hablando de los políticos. Recuerda que en plena campaña 2015, el flamante intendente Gustavo Sáenz realizó reuniones allí y prometió darle vida al barrio. “Gustavo venía, hacía reuniones. Ahora nunca está. Su secretaria dice que tenemos que sacar audiencia. Con Isa era igual”, cuenta.

Un hombre recuerda que en octubre, aún en campaña nacional y de diputados, funcionarios y candidatos se acercaron para repartir folletos. Tiene uno guardado desde entonces. Lo muestra. Tiene el logo del gobierno y dice: “Estuvimos en tu barrio y ahora llegamos a tu casa”. Se trata de la obra de instalado de agua potable para Floresta y barrios de zona este que forma parte del Plan de Saneamiento presentado por el gobierno de la provincia en 2014.

Según informó el gobierno, el Plan de Saneamiento abarcará el período 2015-2019 y está destinado a “garantizar el acceso a los servicios básicos a todos los salteños”. En noviembre de 2014, Carlos Parodi anunció una inversión de $650 millones.

El 10 de abril del año pasado, dos días antes de las elecciones primarias de la provincia, el gobierno comunicaba que la inversión en la zona sería de $40 millones y estaría a cargo de Aguas del Norte. “Se verán beneficiados más de 11 mil salteños de los barrios Asentamiento Floresta, Villa Floresta, Villa Mónica, Villa La Angostura, Portezuelo Chico, Jardín, Asentamiento Jardín, Cabildo, Manjón Viejo, Villa Mitre y Villa Constitución”, explicaba el parte oficial. Agregaba que “se prevé la instalación de 7 mil metros de nuevas cañerías, como así también nuevos sistemas de bombeo y reservas de agua por más de 2 millones de litros. En forma paralela se ejecutarán diferentes obras complementarias para incorporar los caudales de nuevos pozos profundos”.

“Se queman solos”, dice el vecino mientras vuelve a leer el folleto. Asegura que a diferencia de 2015, cuando los punteros políticos casi lo obligaron a salir de su casa para votar, la próxima vez será diferente, no lo van a agarrar. Dice que ya se dio cuenta cómo viene la mano: prometen el paraíso y desaparecen.

Otra vecina sí cree en las promesas del gobierno, pero asegura que aunque se cumplan las obras, todavía faltan años para verlas realizadas.

“Uno camina todas las semanas y no nos dan bolilla. Acá todos viven enganchados y en Edesa no toman el reclamo. Estamos olvidados. No entran los remises. Hay gente embarazada”, dice una de las mujeres, que explica que nunca se movilizan para protestar porque no pueden dejar de trabajar. Tampoco reciben el apoyo del resto de la comunidad. Hay que decirlo: el perro Dardo movilizó más a los salteños que la histórica falta de agua de los vecinos de Floresta.

Los vecinos coinciden en que hay mucha división dentro del propio barrio. “Son muchos los que no quieren pagar, están enganchados y es un peligro”, explican.

Al frente de este sector del barrio hay un cerro virgen, sin ocupar, que se encuentra alambrado. “Son los de la cerámica. Se avivaron y cerraron todo”, cuenta un hombre.

Abajo, donde el 2B se demora veinte minutos en pasar, los que circulan sin querer por allí en sus camionetas de alta gama llevan levantados los vidrios polarizados y miran sin comprender. Están a salvo de los mosquitos, que te devoran en este sector de puro monte profundo. Se parecen un poco a la Policía, porque no entran ni locos a la parte más alta del barrio, conformada por viviendas construidas con chapas, donde las calles son pequeños senderos intimidantes y la vista panorámica es parecida a la del Hotel Sheraton.

Marzo 2016

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